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UNA MUJER CON NOMBRE DE TORMENTA
De todos los personajes que he interpretado, Filomena es
uno de los más ajenos a mi forma de pensar, y cada función
me exige un gran gasto de energía.
La valiente Filomena vive atrapada en una broma de mal gusto y cuando descubre la podredumbre que la rodea ya es demasiado tarde. Está muy sola, se siente acorralada entre la espada de su propia mentalidad y la pared de la existencia. Y por eso termina huyendo.
Siempre me han llamado la atención ciertas ideas que defienden algunas amistades y conocidos, gentes cargadas
de honradez y bondad que enarbolan símbolos arcaicos
con una cabezonería digna de mejores causas. En el fondo, interpretar a Filomena es un elogio a sus cualidades y una crítica a sus dogmas. Pero esa cabezonería, tan humana y
tan patética, me obsequia con momentos tan divertidos y situaciones tan esperpénticas que dejarlas caer en saco roto sería un verdadero desperdicio.
Para coger fuerzas, veo a Filomena empinando el codo con buenos tragos de agüita del Carmen. La comprendo cuando busca el placer sin ningún rubor en el misericordioso don Toribio. Y también la observo con deleite cuando pretende dar una pincelada de modernidad a su vieja empresa familiar, intentando de paso crear una nueva versión de sí misma. Más auténtica. Más veraz. Filomena sólo necesita para salir adelante un país más colorista, un buen mercado donde hacer caja y un territorio donde el montante sea lo más importante. Ya se encargará ella después, con todo cariño y absoluto descaro, de pasarnos la factura por sus fantásticos productos.
Ponerme en la piel de Filomena me sumerge en un mundo
tan surrealista y divertido que la oscuridad del futuro me regala de pronto un ápice de esperanza.
HELENA CASTILLO